Se habla de la brutalidad de las redes sociales, de su condición de hábitat perfecto para los psicópatas que desahogan su crueldad en zapatillas de andar por casa, pero no hay que desdeñar la otra posibilidad que nos brinda el medio, la de falsificar nuestra propia vida. Veo algunas cuentas de Instagram y me pregunto cuánto de precaria debe de ser una autoestima para someter la imagen a esa serie de filtros que transforman a una muchacha normal en una modelo; cuánta frustración luego al comprobar que lo real no suele coincidir con la ensoñación romántica. Vidas envueltas en brillibrilli y frasecillas cursis de pie de foto.
En esta ola imparable de falsificación se ha dado un nuevo paso: la banalización audaz de la historia. Con el potente soporte económico de un empresario israelí se ha creado un perfil en Instagram para una niña víctima del Holocausto que narra su vida como si transcurriera en riguroso presente. Se trata de @eva.stories y cuenta ya con 1.700.000 seguidores que reaccionan pulsando el corazoncito si la historieta gusta y haciendo comentarios apresurados, a veces plañideros, otras insultantes sobre las víctimas de una atrocidad histórica que sucedió hace 70 años y que, según estudios recientes, es ignorada por un número alarmante de jóvenes, incluso en aquellos países que padecieron el azote del nazismo.
Conozco bien a esa pobre criatura, Eva Heyman, que nació en Oradea, bellísima ciudad entonces húngara, hoy rumana, en el seno de una familia de judíos comerciantes, artífices de la prosperidad económica y cultural de esa tierra. Sus padres, sobre todo la madre, eran personas cultivadas, cosmopolitas, izquierdistas, que dejaron crecer a la niña al abrigo de los abuelos, en una vida ordenada y provinciana. Eva recibió un pequeño diario el día en que cumplió 13 años. Esa misma noche comenzó a anotar sus sueños: ser viajera como su idolatrada madre, y fotógrafa, para certificar esa agitación del mundo que llegaba a sus oídos desde la radio o escuchando las conversaciones políticas de sus mayores. Pero esos proyectos escritos en la primera página se verán truncados a los pocos días por la invasión de un ejército nazi que, sabiéndose derrotado, había decidido morir matando, enajenado y decidido a perpetrar la solución final.
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