Las redes sociales recogen cantidades masivas de datos personales de los usuarios que permiten cuantificarlos y etiquetarlos según sus gustos, aficiones y comentarios. Datos como por ejemplo cuáles son sus contactos más asiduos, cuál es su música preferida, qué color político tiene, cuántas horas duerme o a qué grupo sanguíneo pertenece. Internet puede aumentar la sensación de ser vigilado constantemente. «El coste de utilizar internet a menudo lo pagamos en términos de pérdida de privacidad, y ahora empezamos a ser conscientes de ello», afirma Ferran Lalueza, profesor de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC. El World Wide Web celebra este año sus treinta años y las redes sociales son un fenómeno todavía más reciente: la más consolidada acaba de cumplir quince años. «A medida que las utilizamos vamos entendiendo las implicaciones que comporta su uso, los riesgos que asumimos y el impacto que pueden tener en nuestra vida», explica Lalueza.
Qué es el social cooling
Cuando el usuario toma conciencia de las consecuencias que puede tener sobreexponerse en la red puede aparecer el social cooling, el “enfriamiento social”: limitar el deseo de hablar o de opinar por miedo a la falta de privacidad y al control de la actividad en línea. «En internet, igual que en la vida, se reproduce este fenómeno social: la evidencia de que alguien nos observa altera nuestro comportamiento», explica Enric Puig, filósofo y profesor de los Estudios de Artes y Humanidades de la UOC.
El social cooling se da porque, según Puig, nos relacionamos con internet del mismo modo que lo hacíamos con los entornos del mundo físico, es decir, en confianza íntima y en relación directa con nuestra privacidad. Con los inicios de internet los individuos se acostumbraron a la libertad absoluta de la exposición de su privacidad, la vida en línea parecía separarse de la vida fuera de línea. «No actuábamos como lo haríamos con quien nos tiene que dar trabajo o conceder un crédito, casos en que sí se intenta hacer coincidir la imagen pública, desde el comportamiento hasta el vestuario», ejemplifica.
Con la llegada de las redes sociales la dinámica fue similar. «Este comportamiento se reprodujo, cuando en realidad estas nuevas plataformas cambiaban las reglas del juego; pero nosotros, por el hecho de formar parte en la cultura popular del mismo “internet”, las pusimos en el mismo saco», explica Puig. «Las primeras generaciones desembarcamos en las redes con la inconsciencia propia de los pioneros y ha sido a posteriori que hemos descubierto que lo que hacemos en internet tiene impacto fuera de internet, porque nuestra identidad digital toma cada vez más importancia», considera Lalueza.
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